Micromuertes. 1

Toda mi carrera filosófica ha estado enfocada a la eliminación del ser en mí mismo. Tuve que luchar en un principio contra los críticos poco atentos que calificaban mi obra de mera adaptación de supersticiones orientales. Sin embargo, mi obra iba más allá de las expresiones aparentemente paradójicas, como aquella tan célebre que sin duda conoceréis y que decía: “El ser solo existe en la inexistencia”. Conforme avanzaba en el camino de la disolución absoluta de mi ser desarrollé toda una compleja formulación lógico-matemática que suponía un cambio radical de paradigma. Mis fórmulas resultaban tan complejas para la mayoría de mis colegas que apenas podían asentir confundidos con la cabeza ante la prueba, a duras penas evidente pero irrefutable, de que yo tenía razón.

Y yo mismo era la prueba viviente de todo aquello que afirmaba, aunque decir “viviente” tal vez no sea adecuado para un ser que había alcanzado la trascendencia de sí mismo a través de un meticuloso proceso de aniquilación del propio ser.

Por ello me sorprendió mucho descubrir que yo, al igual que el más vulgar de los gatos, podía ser mortal. En concreto, me asesinó durante un congreso un materialista dialéctico armado de una paradoja de Lichtenberg.

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